2 de octubre de 2011

Con uniforme, mejor.

El otro día, iba caminando por la calle y una escena hizo que me detuviera en seco a contemplarla: una venerable ancianita se había quedado encerrada en el balcón y la pobrecilla no podía acceder al interior de su vivienda, seguramente un saloncito decorado con tapetes de ganchillo y flores artificiales, todo ello, a partes iguales. Pero no era eso lo que yo contemplaba... Mi mirada se quedó fijamente clavada en la escena del rescate: dos bomberos trepaban por una escalera firmemente apoyada en la fachada del ruinoso edificio. Y, entonces, lo vi claro: hay personas a las que, definitivamente, su trabajo les favorece. Y en este tema hay consenso, unanimidad, gana el "sí" por aplastante mayoría. Los uniformes que favorecen siempre son los mismos, y los que no, también... Favorece, sin duda, el uniforme de bombero, y no favorece, sin menor duda aún, el de la Guardia Civil; favorece el uniforme de piloto de caza de combate, y no favorece el de instalador del router de Telefónica; favorece el uniforme de neurocirujano (si tiene la cara del Dr. Macizo, más) y no favorece el de celador de un hospital comarcal. La cosas están así, y yo no las he inventado.

En los deportes, el tema está igual. Hay equipaciones que favorecen, y las hay que no: favorece ser jugador de polo (argentino, of course), y no favorece ser jugador de sumo (japonés, of course, too); favorece ser surfista australiano, y no favorece darle al ping pong (ni aún habiéndote proclamado campeón olímpico). Y así tantos y tantos uniformes deportivos que marcan uno u otro destino en las pieles que los habitan (Almodóvar dixit). Pero, antes de finalizar con este sesudo análisis sociológico, una cosa os voy a advertir: llevad mucho, pero que mucho, cuidado en que no os den gato por liebre... Un día estaba yo en Formigal, en la época en la que me iban los deportes aparatosos y, cómo no, me enamoré del monitor de esquí y/o de su uniforme, que tanto monta... Uno de los días del cursillo se dirigió al grupito de amigas babeantes (yo misma, incluida) y, ante nuestra sopresa, dijo:
- Anoche os vi.
- ¿Nos viste?- Contesto A. desconcertada.
- Sí, en El Refugio, estaba a vuestro lado tomándome una cerveza.
Nosotras, estupefactas ¿Cómo es posible que un ejemplar así se nos pasase por alto? Y claro, es posible... Es posible que cuando al monitor de esquí le despojas de su uniforme (gafas y gorra, inclusived) ya no quede ni rastro de "el monitor de esquí", y, entonces, ante tus ojos, se aparezca algo así como el hermano gemelo de El-Dioni-yo-robé-un-camión-blindado... Por eso, os digo: si te enamoras de un uniforme, nunca, pero nunca jamás, dejes que se coja el día libre.




2 comentarios:

  1. Jajajaja. Me encanta, cuanta razón tienes!

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  2. Muy bueno lo del celador de hospital comarcal,
    Es tiempo de costuras

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